Cuando la memoria reemplaza al presente: el riesgo cultural de vivir del reestreno

Desde la anterior semana en los cines del país se pueden ver cuatro películas de la saga de Harry Potter. Bien por los Potterlovers, por supuesto. Pero ¿y los demás? La cartelera vuelve a mostrar un problema que ya dejó de ser casualidad

OPINIÓN

12/1/20252 min read

Desde la anterior semana en los cines del país se pueden ver cuatro películas de la saga de Harry Potter. Bien por los Potterlovers, por supuesto. Pero ¿y los demás? La cartelera vuelve a mostrar un problema que ya dejó de ser casualidad: no encontramos variedad de títulos, se repiten fórmulas que funcionaron hace décadas y se reducen cada vez más los espacios para nuevos estrenos, especialmente para el cine nacional. Lo que debería ser una oferta diversa termina convertida en una autopista de un solo sentido: hacia el pasado.

El cine siempre ha tenido una relación íntima con la memoria, pero lo que vemos hoy ya no es una celebración del legado cinematográfico: es una dependencia. La avalancha de reestrenos, muchos restaurados, otros apenas reciclados, se ha convertido en la estrategia predilecta de una industria que encontró en la nostalgia su zona de confort económica. Y claro, funciona: salas llenas, conversación viral y emoción garantizada.

Pero lo que para los estudios es un “ticket seguro”, para la cultura cinematográfica es una señal de alerta. Cada clásico que vuelve a ocupar pantallas lo hace a costa de una película nueva que pierde visibilidad. En mercados frágiles como el latinoamericano, donde las semanas en cartelera son limitadas y la distribución es desigual, esta tendencia tiene consecuencias directas: invisibiliza las apuestas contemporáneas y dificulta que las películas nacionales encuentren público.

La comodidad del espectador también alimenta este ciclo. Ver un reestreno no es simplemente ver una película; es volver a un recuerdo emocional, a un momento propio, a un tiempo más sencillo. En un contexto saturado de remakes, secuelas interminables y narrativas estandarizadas, los clásicos ofrecen algo que muchos estrenos no logran: autenticidad. Pero ese refugio emocional, tan legítimo como poderoso, también empuja a la industria a priorizar lo conocido en vez de arriesgarse con miradas nuevas.

El problema no es celebrar el pasado; es permitir que el pasado ocupe completamente el espacio del presente. Convertir la cartelera en un museo rentable empobrece la conversación cultural, debilita la circulación del cine nacional y limita el encuentro con las obras que podrían definir el cine de mañana. Si todo vuelve a ser proyectado, entonces nada realmente nuevo puede surgir.

La memoria es fundamental, sí, pero cuando empieza a reemplazar al presente, deja de ser homenaje y se convierte en advertencia. La industria, los exhibidores y el público debemos encontrar un equilibrio: disfrutar los viajes al pasado sin permitir que se conviertan en nuestro único destino.